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Relatos y Leyendas de Nayarit. A propósito de las flores amarillas.

Autor: Hugo César Delgado Ayala
Hugo César Delgado Ayala, Docente Universitario en la UAN y escritor

El ramo

Esa tarde, compré el ramo de flores amarillas que a mi novia tanto le gustaban; tenía dos meses postrada en cama debido a una rara enfermedad que recién le habían diagnosticado, no podía moverse por sí sola, 61 tardes sin contar aquella había estado sentado junto a ella, tomando sus manos y haciendo planes para cuando lograra vencer aquella enfermedad. Cuando llegaba a su lado, buscaba con su débil mirada el ramo de flores y esperaba con ansias el beso que con ternura depositaba en sus cada vez más secos labios, su voz era muy tenue, su cuerpo ya de por sí delgado estaba físicamente disminuido por la falta de movimiento, su cabello había perdido el color, pero para mí seguía siendo aquella hermosa mujer que conocí una tarde de verano en el parque a donde ambos solíamos ir a correr.

Sólo un año de noviazgo había sido suficiente para darnos cuenta que éramos las personas que ambos habíamos estado buscando mutuamente, ambos veníamos de un fracaso amoroso y nos acoplamos a la perfección, cada tarde hacíamos planes que pensábamos realizar cuando estuviéramos juntos.

Al estar planeando nuestra boda, su cuerpo no soportó tanta emoción y una tarde, se desvaneció entre mis brazos en el parque donde nos conocimos, su organismo aceleró la enfermedad ya existente en ella y nunca volvió a levantarse; en adelante, nuestros momentos juntos los vivíamos cada tarde sin poder platicar como antes, pues su debilidad impedía que pudiera pronunciar palabras con mucha fluidez, pero parecía que aquel ramo de flores y ese dulce beso depositado en sus labios eran una recompensa a tanto sufrimiento.

Aquella tarde de octubre en que iba a reunirme con ella sentía una inmensa tristeza sin saber el motivo, su familia estaba reunida en la sala de su casa; al verme, todos bajaron la cabeza y palmearon mi hombro, en ese momento imaginé lo peor, corrí escaleras arriba y entré a su cuarto, acondicionado en esos momentos como sala de hospital, su madre estaba con ella, en su mano había un papel con las palabras “te amo” apenas legibles; con lágrimas en mis ojos escuché que dijo: -¡Ahora sí, ya es hora!-

Sus manos apretaron las mías, deposité el ramo de flores en ellas y el último beso en sus labios, justo cuando dejaba de existir. Su madre mencionó entre sollozos que antes de morir le dijo que ya habían llegado por ella, que era la hora de partir, pero que aquellos Ángeles le permitirían esperarme; eso me hacía pensar que estaba ya en un mejor lugar, que sería uno más de aquellos Ángeles y que estaría a mi lado a cada momento.

Después de una semana de su entierro, sintiendo que la soledad invadía mi alma, caminé hasta su tumba para dejar en ella el ramo de flores que tanto le gustaba, entre lágrimas y risas platiqué con ella recordando los bellos momentos que Dios le había permitido estar a mi lado; pero aquella tarde había una tristeza extra, la persona que vendía aquellas flores amarillas que tanto le gustaban se marcharía del pueblo y tendrían que pasar varios días para que pudiera cultivarlas yo mismo, por lo que externé mi preocupación esperando su comprensión ante la inminente falta de aquella muestra de amor depositada en sus manos durante tantos días.

Cuando regresé a casa era ya de noche, sólo probé algún bocado y me dispuse a dormir; al recostarme, un ligero airecillo se coló por la ventana entreabierta y sentí claramente como acarició mi rostro con una ternura que solamente había sentido al tacto de mi fallecida novia; después de eso me acurruqué sintiendo su cuerpo junto al mío y me quedé dormido. No sé si había amanecido ya cuando sentí una presencia junto a mí, mi colchón estaba vencido a un costado mío, como si alguien estuviera sentado y me observara mientras dormía, al tiempo que acariciaba mis cabellos; lo raro es que a pesar de sentir que estaba despierto no podía abrir los ojos; no sentía temor alguno, aquella presencia me transmitía tranquilidad, pero lo mejor de todo fue aquella voz tan conocida que susurró en mi oído tan dulces palabras:

-¡No debes estar triste, Dios así lo quiso y se tienen que respetar sus designios, tú no estarás solo jamás, siempre me sentirás a tu lado, aún tienes un destino que cumplir, y por las flores no tienes que preocuparte, muy pronto no necesitarás llevarlas, sólo recogerlas, hasta mañana mi amor!-

Al despertar, no pude evitar que las lágrimas brotaran de mis ojos al recordar el episodio apenas acontecido, al finalizar mis labores acudí al cementerio a visitar a mi amada y por primera vez en dos meses lo hacía con las manos vacías, pero con la tranquilidad de haberla escuchado la noche anterior; al llegar a su tumba me percaté de un detalle el cual no había advertido, alrededor de su sepulcro había un sinfín de plantas pequeñas, las cuales no miré el día anterior; con el paso de los días fueron creciendo cada vez más, hasta cubrir completamente aquella parte del cementerio; lo realmente sorprendente fue cuando aquellas ramas empezaron a florecer, eran unas hermosas flores amarillas que al desprenderse invadían completamente la tumba de mi amada; ahora comprendía sus palabras cuando me dijo que ya no necesitaría llevarlas, sino sólo recogerlas.

Ahora sólo tengo que llegar y formar un sinfín de ramos con todas las flores que quedan en su tumba, doy un beso a cada uno de ellos y los acomodo cariñosamente como si los pusiera en sus manos, mi recompensa es sentirla cada noche cuando llega hasta mi cama, acaricia mis cabellos y me dice al oído que algún día estaremos juntos en aquella misma tumba, rodeados de aquellas flores amarillas que tanto adora.

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