
Maestro de miles de estudiantes a lo largo de 40 años en la docencia, siempre alegre, vigoroso, carismático y sobre todo deseoso de aprender cosas nuevas y transmitirlas a sus estudiantes. Aprendió computación en su cuarta década de vida sólo para estar actualizado en su forma de transmitir la cátedra a sus niños, como él los llamaba, se resistía a estar obsoleto, siempre buscaba la manera de estar al tanto de las nuevas herramientas para compartir sus conocimientos.
El maestro Anselmo tenía una pasión casi comparable a la de dar clases: bailar; y no era raro verlo en cada baile donde amenizaban grupos musicales de antaño; descrito en sus propias palabras, el hecho de deslizarse por la pista de baile le transmitía la jovialidad que su profesión ameritaba, media docena de bailadoras quedaban exhaustas a su paso, sólo paraba para hidratarse y de nueva cuenta su rítmico baile se dejaba ver en la pista entera.
El paso de los años hizo estragos en aquel hombre y su cuerpo cedió ante tan poderoso enemigo, su voz ya no era la que todos conocieron, algunos de sus ex alumnos ya eran sus compañeros en aquella hermosa profesión y con dolor veían cómo aquel hombre terminaba su misión en la tierra.
La jubilación llegó en su momento, fue difícil convencerlo de que se alejara de las aulas, por lo que las autoridades escolares se comprometieron a invitarlo a impartir conferencias y seminarios en aquellas aulas que tantas veces lo vieron entrar y salir.
Faltaba una semana para la celebración del día del maestro y toda la planta docente recibía sus boletos para el baile, estaría amenizando uno de los grupos favoritos del maestro Anselmo, por lo que al recibir sus pases comentó entusiasmado:
-¡A este baile, ni la muerte me impedirá asistir!-
Todos celebraron el entusiasmo del decano y se frotaron las manos, sabiendo que aquel como todos los años, sería un espectáculo ver al maestro Chemo, como cariñosamente le decían, repasar la pista con sus singulares pasos.
El día de la celebración, todos estaban puntuales en el casino previamente adornado, el grupo alternante comenzó su presentación y las parejas casi saltaron a bailar; el ambiente extrañamente frío comenzó a ceder debido a la multitud y los rítmicos pasos que engalanaban la pista; no había terminado la primera pieza cuando hizo su aparición el personaje que todos esperaban, vestido con un impecable traje blanco, un sombrero de ala ancha y unos zapatos perfectamente lustrados; de inmediato sus asiduas bailadoras hicieron fila y comenzó el espectáculo. El maestro Anselmo lucía como en sus mejores tiempos, sus pasos dejaban ver muy mal a todos los presentes en aquella plataforma.
Cuando el grupo estelar inició su presentación, el ambiente no podía ser mejor, sólo se distinguía un resplandor atravesar la pista en todos sus ángulos, sus bailadoras no hacían mas que ir a hidratarse y volver a esperar su turno.
La noche transcurrió en esa tónica, algunos mejor prefirieron sentarse a disfrutar el espectáculo y no quedar mal ante aquel trompo humano; poco a poco se fueron despidiendo, al día siguiente podrían felicitar a su ágil decano, quien no paraba de disfrutar las melodías de antaño hasta que el contrato del grupo musical terminó; todos lo vieron retirarse con una sonrisa dibujada en su rostro.
Al día siguiente, al ir llegando a la facultad a firmar sus recibos de nómina, todos se miraban sin entender lo que pasaba, había tristeza pero sobre todo incredulidad ante un letrero que decía:
-¡A toda la planta docente y administrativa de la facultad hacemos de su conocimiento el sensible fallecimiento de nuestro padre, esposo, abuelo, tío y hermano Anselmo Rodríguez, acaecido ayer por la tarde; está siendo velado en su domicilio!-
Aquello no era posible, pues la noche anterior todos sus compañeros lo habían visto hacer lo que tanto le gustaba, su hija tampoco podía creer lo que todos le decían, era imposible; su explicación fue lo que más llamó la atención de los presentes:
-¡MI padre no quiso que les avisáramos anoche porque seguramente suspenderían el baile y según él, eso sí hubiera sido una desgracia, se fue feliz después de haber hecho lo que consideraba correcto!-
Nadie faltó al velorio de Anselmo, a quien encontraron con su elegante traje blanco y su sombrero entre las manos, sus palabras días antes resonaban en todos sus compañeros:
-¡A este baile, ni la muerte me impedirá asistir!-
Y así fue, ni la muerte fue capaz de impedirle hacer lo que tanto disfrutaba, aún después de muerto tuvo la oportunidad de disfrutar aquel, su último baile.
Sé el primero en comentar