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LEYENDAS DE LA BAHÍA DE BANDERAS. LA PLAGA DE LANGOSTAS

Autor: Profr. Eduardo Gómez Encarnación
Cronista Oficial de Bahía de Banderas, Nay. (2014-2017).
Profr. Eduardo Gómez Encarnación.
Cronista Oficial de Bahía de Banderas (2014-2017).
LA PLAGA DE LANGOSTAS
En febrero de 1927, el Sr. Manuel Silva, encargado de combatir la plaga de langosta en el Estado de Jalisco, se encontraba en la región de Puerto Vallarta donde el insecto había sentado sus reales. Desde un año antes, procedente de Michoacán, la langosta se había extendido por Colima y en agosto de 1926 ocupaba ya el municipio de Autlán de la Grana de donde las mangas del saltón llegaron a la Bahía de Banderas. Ese año, los Estados Unidos probaban por vez primera el aeroplano en el espolvoreo de arseniato de calcio para acabar con la plaga. En México se utilizaba el lanza-llamas directo sobre las mangas del insecto y los milagros.
En el imaginario del pueblo de Valle de Banderas, como un tesoro de su patrimonio inmaterial quedó el siguiente prodigio atribuido al padre Gabriel Rocha.
En 1927, la región de la Bahía de Banderas se vio azotada por una plaga de langostas. Se contaba que, el culpable de este perjuicio fue un rico hacendado de Mascota. Que todo fue un castigo divino porque el hombre, quien tenía su bodega llena de maíz, se negó darle un poco de grano a su madre cuando se lo pidió.
-No puedo abrir la bodega porque todavía no es tiempo, lo atacará el gorgojo; no tengo maíz que darte- Había dicho el hijo ingrato, a la anciana quien vivía en la pobreza.
La anciana, acongojada por el mal trato, regresó a su casa con su chiquihuite vacío. Ahí, “hecha un mar de lágrimas” sacó fuerza de su pena para maldecirlo:
-¡Si de veras no tienes nada que darme, en nada se convertirá lo que tengas!- Sentenció.
Y sucedió al hacendado que, cuando fue tiempo de abrir la bodega, apenas asomó la nariz cada grano de maíz se convertía en un chapulín que saltaba y agarraba vuelo. Días y días tardaron los animales en salir de la troje hasta quedar vacía. Después, aquella nube de langostas que había arrasado los campos sembrados de Mascota, tomó los cuatro rumbos del viento.
Aquí la plaga llegó en enero, cuando el frijol empezaba a madurar y el maíz de humedad estaba en elote. En poco tiempo pelaron cuanto árbol verde se les puso enfrente, y de los sembradíos no perdonaron ni al tabaco que es tan amargo.
Desde que “Dios amanece hasta que Dios anochece”, la gente no se daba abasto para apachurrar tanto animal. Las gallinas se hartaban de chapulines sin ningún esfuerzo, ya que los animales casi les caían en el pico. Pero de nada servía aquel alimento porque la carne y hasta los huevos tomaban el color pardo y el sabor repugnante de los insectos. Los perros, luego de hartarse de saltamontes, se enfermaban y morían largando el pelo, como si los hubieran bañado con agua caliente. Todo lo que puede comerse se acabó y el hambre fue tanta, que hubo quien le echara las correas de los guaraches a la sopa para darle sabor.
Cuando parecía no haber remedio contra la plaga, el padrecito Rocha atendió los ruegos de sus feligreses. Tomó una campanita de la iglesia y un bule con agua bendita y se dirigió a Bucerías; por el camino fue tintineado la campana mientras rociaba con el agua los llanos pelados de La Quebrada y Brasiles. Un de repente, los chapulines se levantaron en remolinos y poco a poco formaron una nube que siguió los pasos del padrecito.
Al llegar frente al mar, la manga de los animales cubría todo el cielo del valle. Con un rosario en la mano y rezando La Magnífica, el padre Rocha conminó a la plaga para que se arrojara a las aguas. Entonces se vio lo que parecía imposible: con un ruido de aceite hirviendo, aquel torbellino de langostas se clavó en el mar donde se ahogaron todas”,
Imaginario Regional. Mitos, leyendas y creencias en la Bahía de Banderas. CECAN-CONACULTA. 2008.

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