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Leyendas y Relatos de Nayarit. Mi amigo el chaparro

Autor: Hugo César Delgado Ayala

Hugo César Delgado Ayala, Docente Universitario en la UAN y Escritor

Se dice que cuando la muerte de una persona está próxima, ésta tiene algunas señales, o mensajes de algún emisario, incluso se vuelve receptiva a situaciones extrañas.
Pero dejen les platico un poco más sobre el tema, y para eso tengo que hablar de mi amigo “el chaparro”, compañero de aventuras y hermano por convicción. Ambos éramos choferes de autobuses, tráileres, góndolas y camiones urbanos; su corta estatura no era impedimento para que manejara esas enormes máquinas, se las ingeniaba como todo un maestro.
En una ocasión, tenía que llevar mercancía a la zona norte del estado de Nayarit en un tráiler y le hablé al chaparrito para que me acompañara, su típica respuesta no se hizo esperar:

-Ya rugiste pelón-

Al día siguiente, de madrugada, ya le volaba la greña al chaparrito mientras le cambiaba a la música, como todo buen copiloto. Antes del amanecer, ya estábamos en los límites entre Nayarit y Sinaloa. De inmediato, nos enfilamos a unas bodegas de carga, propiedad de una familia muy bien posicionada económicamente en esa zona.

Al llegar, me adelanté a la oficina del dueño para checar la guía de los materiales a descargar. Al tocar la puerta, su hijo mayor abrió, nos saludamos con gran camaradería, como siempre; al preguntar por su papá, bajó la cara mientras daba la media vuelta, su respuesta fue como un murmullo:

-Se nos adelantó, mi estimado pelón-

Yo quedé sorprendido, de verdad estimaba al viejo, quien siempre pedía que yo le llevara la mercancía solicitada, por eso, al ver que habían pedido material de ese almacén, pensé que don Javier aún vivía.

-Lo lamento mi Javi, sabes que estimaba mucho a tu papá-

-Lo sé mi pelón, por eso quisimos solicitarte a ti, a él le hubiera gustado-

Al pasar a la oficina, había un escritorio con una silla ejecutiva en el lugar del jefe, donde tantas veces vi sentado a don Javier, había otra silla al otro lado, para el visitante, y un sillón para dos personas al lado izquierdo del escritorio, pegado a la pared.
Cuando me iba a sentar, vi que llegó el chaparro y se paró a la entrada de la oficina, Javier y yo lo invitamos a pasar, señalando el sillón junto a la pared. Él dijo que ahí estaba bien, pero Javier insistió y yo con la mirada hice lo mismo. Se sentó en una orilla del sillón y cruzó una pierna, recargándose hacia un lado, su postura era algo extraña y le dijo de forma burlona:

-¿Y por qué te sientas como señorita pinche chaparro? Siéntate bien.

Él sonrió de manera forzada, mientras Javier intentaba ocultar una risilla burlona.

Al salir de la oficina, nos dirigimos a la salida para buscar una fonda y desayunar, mientras Javier caminaba unos pasos atrás de nosotros. Entonces el chaparro dijo en forma de reclamo:
-Se pasaron pelón, si hay tres asientos para qué me hacían que entrara, ¿No viste que el señor apenas cabía en el asiento doble?-
-¿Qué? ¿Cuál señor, chaparro?, ¿Andas marihuano o qué?-

-¿Cómo que cuál?, pues el que estaba sentado en el asiento doble, el del sombrerito, nomás se me quedaba viendo asombrado, como si no creyera que me fuera a sentar-

Javier, quien alcanzó a escuchar aquel reclamo, de inmediato se dirigió al chaparro, preguntándole:

-¿Puedes describir al señor que dices que estaba sentado junto a ti? Por favor-

-Como dije, era un señor gordito, con un sombrerito, guayabera blanca y un pañuelo rojo atado al cuello, ahí se quedó sentado cuando nos salimos-

Javier y yo nos miramos sorprendidos, él nos pidió que lo acompañáramos de nuevo a la oficina, yo ya tenía miedo, pero el chaparro no entendía lo que pasaba; al entrar, mi amigo volteó a todos lados, pero dijo que ya no estaba la persona que él había visto.

Javier sacó una foto de un cajón del escritorio y se lo mostró al chaparro, él, aliviado, dijo:

-¿Ven? No estaba mal, él es justamente quien estaba a mi lado hace rato-

-Pues amigo, no sé si te sientas mejor después de que te diga que él era mi papá, don Javier, y falleció hace un par de meses, por lo visto aún no abandona el lugar donde trabajó casi toda su vida-

A mi amigo le temblaron las piernas y tuve que agarrarlo para que no se desplomara, ya no quiso ir a desayunar, por lo que nos regresamos a Tepic; desde que salimos a carretera se quedó profundamente dormido, y aún me costó trabajo despertarlo al llegar.

Días después de aquel suceso, mi chaparrito, en una reunión familiar, se recostó en un sillón y no despertó jamás, quizás estaba muy susceptible a esos sucesos extraños porque su hora de partir se acercaba, lo cierto es que jamás lo supimos descifrar.

Ahora, antes de cada viaje, me encomiendo como siempre a Dios y a mis santos, sin olvidar invitar a mi chaparrito para que sea mi copiloto, y casi escucho aquella, su típica respuesta:
-Ya rugiste pelón-

Hugo César Delgado Ayala

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