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Relatos y Leyendas de Nayarit. «La doctora Leonora Molinier»

Hugo César Delgado Ayala, Docente Universitario en la UAN y Escritor del género historias de terror.

«La doctora Leonora».

Por Hugo César Delgado Ayala

Cuando se viaja todos los días en la misma ruta y a la misma hora, ya sea para ir al trabajo o la escuela, es común reencontrarse con muchas caras conocidas; a muchas personas las ubicamos por su parecido con alguien más, o por su apariencia muy peculiar.

Es por eso que a veces decimos: “ahí viene doña Florinda, o ya se subió el fauno”; te ríes y sigues escuchando la música en tu celular. La primera vez que la vi subirse en compañía de dos tipos con cuerpo y cara de guarura, no pude evitar que ese sentido hacia lo paranormal que he sentido desde niño lanzara una pequeña descarga eléctrica a mi cuerpo, nuestras miradas se cruzaron curiosas, como si ambos hubiéramos sentido un extraño click.

Cada día era lo mismo, se subía y bajaba en el mismo lugar, acompañada de sus acompañantes; los tres portaban sus gafas negras, sin importar que estuviera nublado o lloviendo.

Una mañana, viajaba en el camión rumbo a mi trabajo, cuando avisaron que se suspendían las actividades en mi oficina por cuestiones de salud, pues un virus ambiental acechaba ciertos edificios de la zona, así que decidí bajarme en la siguiente esquina, pero al ver que aquella misteriosa mujer y sus “guaruras” se subían, decidí esperar un poco más, estaba intrigado, nuestras miradas se cruzaron como cada ocasión, lo sabía a pesar de sus gafas oscuras, pero esta vez una siniestra sonrisa apareció en su rostro, tomé de nuevo mi asiento y continué en la ruta, hasta que los tres pasaron junto a mí y bajaron del camión.

Metros más adelante me bajé y caminé disimuladamente detrás de ellos; frente a la parada estaba el hospital de cancerología y a un costado el banco de sangre; misteriosamente, todo encajaba como macabro tetris. Entraron como Pedro por su casa en el banco de sangre, me quedaba claro que no era la primera vez que lo hacían, y a pesar de que no vestían uniformes de hospital, todo el personal los saludaba de manera respetuosa.

Mi gran sorpresa fue verlos dirigirse a la dirección, ella era la directora, el letrero decía: Dra. Leonora Molinier, quizás mi sentido extrasensorial había visto moros con tranchetes; aún así decidí quedarme un poco más, haciéndome pasar por un posible donador. A través del espejo los vi salir media hora después. Al llegar al banco de sangre hicieron salir a todos los trabajadores, ellos salieron sin preguntar nada, al parecer ya estaban acostumbrados a eso, sólo los escuché decir: “¿Otro inventario? Qué desconfiados”; entré detrás de ellos de forma silenciosa, sólo para observar cómo saboreaban una bolsa de sangre cada uno, como si fuera un rico Bonice.

Ni una gota se desperdició, pero lo que más me intrigó fueron las palabras de Leonora: “a partir de mañana cambiaremos de residencia, ya hice el papeleo, desde hace días un tipo sospecha de nosotros, lo pude sentir, sé que él también sintió lo mismo y no dudo que ande investigándonos.

Al abandonar el lugar, puedo jurar que de reojo me miró, mientras yo me escondía entre las batas que mandarían a la lavandería y su sonrisa volvió a mostrarse, pero esta vez amenazante.

Esperé un momento pertinente, al salir me encontré al personal, quienes al verme me interrogaron por mi presencia en el lugar, yo sólo dije que andaba perdido, no podía decirles que su jefa, la Dra. Leonora y sus asistentes eran en realidad vampiros viviendo en nuestra ciudad, caminando entre nosotros como humanos normales.

Cabe mencionar que, desde entonces, aquella parada luce vacía, sólo miro a doña Florinda y al pequeño fauno subir dos cuadras antes y me bajo antes que ellos, sólo sonrío y subo el volumen en mi celular.

Hugo César Delgado Ayala

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